Animador vocacional, hermano mayor en la fe.
Ya no más vendedores de vocación, sino hermanos mayores en la fe.
Escrito por: Luis Benjamín Meléndez Sánchez
El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre tomó y sembró
en su campo. A pesar de ser la más pequeña de todas las semillas, cuando crece llega a
ser la mayor de todas las hortalizas, hasta convertirse en un árbol, de modo que hasta los
pájaros del cielo vienen y anidan en sus ramas.
Mt 13, 31-32
“El granito de mostaza” es una alabanza que trae muchos recuerdos alegres a mi mente. Sin embargo, quiero hacer ruido en algo de esta parábola que tal vez no nos habíamos percatado. Jesús nos habla de un hombre que “tomó y sembró” una semilla – “la más pequeña de todas” – en su campo. Pero yo me pregunto: se supone que un campo se
prepara para sembrar, no es que se tire la semilla y por arte de magia crezca el árbol, ¿qué pasa con esas personas que no saben preparar su campo para la siembra?
Ciertamente, estamos viviendo un tiempo de crisis, en un sentido bastante amplio, pero no hay duda de que un tiempo de crisis trae consigo un tiempo de llamados, pero ¿cómo escuchar la voz de Alguien que nos llama en medio de tantas voces que gritan? Es por eso que hoy más que nunca necesitamos a mujeres y hombres capaces de ayudar a cualquier joven a distinguir esa única voz; no imponiendo la suya, ni dándole un manual de instrucciones, sino acompañándolo y enseñándolo a preparar su propia tierra para que llegado el momento siembre con alegría esa semilla que tanto anhela su campo, es decir, su corazón.
Los jóvenes no necesitan instructores, maestros estrictos o animadores vocacionales frívolos que se han acostumbrado a hacer propaganda de estilos de vida para convencer y acaparar un número grande de jóvenes. Ya no se puede pensar en una Pastoral Vocacional en ese sentido. Los jóvenes desean simples hermanos mayores que compartan el camino de la vida con su experiencia, conocimientos y espiritualidad; que compartan el gran anhelo del corazón siempre joven: de darlo todo, esperarlo todo, arriesgarlo todo sin querer nada a cambio, con la única diferencia de que la hermana o hermano mayor ya se ha encontrado con Aquel que siempre da más, espera más,
arriesga más… con Aquel que han encontrado su felicidad aprendiendo a escucharlo.
El estandarte del acompañante será, por consecuencia, su misma humanidad en la que el encuentro personal con el Amigo deslumbra a cualquiera que anda en búsqueda (la cual es la actitud natural del joven). Un encuentro que no puede privatizarse, es decir, que no puede guardarse para sí mismo, sino que, al contrario, brota con naturaleza y sencillez del corazón. Estandarte que muestra sin miedos y penas la fe a un Dios vivo, un Dios que ama y habla sin rodeos. Estandarte que anuncia el “sí” de una decisión que ha comprometido a toda la persona y toda su vida pero que ha válido cada instante de ella.
Por lo tanto, es urgente que dediquemos nuestros esfuerzos, pero, sobre todo, nuestro corazón en preparar a esos hermanos mayores que serán los mediadores entre Dios y el joven, no en su diálogo, porque eso sólo es de dos, sino en su compañía que ayuda a limpiar el camino y encamina hacia el encuentro con Jesús. Hermanos que confíen y enseñen a confiar y respetar la propia libertad apelando a su responsabilidad, y no perseguidores de la fe que ahoguen con insistencia. Acompañantes que saben hasta qué punto del trayecto parar y dejar caminar solo al joven porque ya está en presencia de Él, pero que también saben cuándo volver a acercarse para emprender de nuevo el camino juntos.
El hermano mayor necesita ser formado para acompañar no según su estilo o método personal, sino según el modelo de Jesús. Así como en aquel camino hacia Emaús que acompaña y prepara el corazón de sus discípulos para que llegado el momento -de la fracción del pan- sepan reconocer al Amigo (cfr. Lc. 24, 25-31).
Ante todo, la hermana o hermano mayor debe aprender a sembrar sabiendo que cada corazón es tierra santa y hay que quitarse las sandalias antes siquiera tocarla (cfr.Ex. 3, 5). Por eso, este sembrar no es imponer la idea, la fe o la vocación que uno “cree” le conviene al joven, sino es más un abonar la tierra para cuando llegue el Sembrador y deje caer la semilla de la vocación, entretejida en cualquier situación que se presente, el corazón del joven alcance a distinguir el amor de Dios que llama y marca el camino.
Las semillas que caen durante la vida siempre serán tan delicadas que no basta con abonar la tierra una vez, sino hay que ser constantes, creativos, minuciosos y audaces para saber acompañar buscando siempre el bien del joven. Para ello, el hermano mayor debe estar consciente que por más grata que sea su compañía no es a él a quien el joven busca y anhela escuchar, sino es a Jesús en persona. Por lo que se le ha sido conferida una gran misión: llevar de la mano a sus hermanos menores para que no se pierdan en el camino, sabiendo respetar su libertad, pero siempre estando ahí donde una mano nunca sobra al intentar levantar al amigo que cae por el camino.
El acompañante vocacional debe ser además un educador, no en el sentido de dar información árida para que aprendan algo, sino ayudar para que el joven sea capaz de sacar fuera de sí aquellos miedos, inseguridades, confusiones que carga en su corazón e impiden que las semillas de la vocación crezcan con fuerza. El corazón humano lleva inscrito en su naturaleza el ser don para los demás. No puede entenderse encerrado en sí mismo con un caparazón que no deja entrar ni salir nada. Por eso, el hermano mayor debe ayudar al joven a descubrir no sólo sus cargas sino también a formar su conciencia oblativa, es decir, su identidad en la donación de toda su persona para que su vida, no sólo su vocación, sea una opción por el amor y la gratuidad que le ayudarán a reconocer el proyecto de Dios para su vida.
Por último, el verdadero acompañante vocacional es aquel que sabe distinguir la voz de Dios que llama e invita. Esta experiencia de discernimiento será la clave para ayudar en última instancia al joven a decidir entre las opciones que la vida le presente, teniendo claro que sólo a él le corresponde elegir, y más cuando se habla del camino por
el cual quiere entregar su vida. Debe respetar su libertad pero puede ayudar a aclarar el panorama que, por lo regular, estruja el corazón.
Urge que de la Iglesia nazcan hermanas y hermanos que gocen en ver a sus hermanos menores felices y plenos porque han elegido la mejor parte (cfr. Lc. 10, 42), esa parte que desde el principio Dios había pensado para ellos. La Pastoral Vocacional debe dejar de ser un directorio donde el joven se dirige para que lo envíen a un destino según un perfil escrito en un pedazo de papel muerto, y convertirse en la familia que Jesús ha formado para no ir solos por el camino y poder decir con certeza como los discípulos a Bartimeo: “Ánimo, levántate, que te llama”. (Mc. 10, 49).
Bibliografia: Amadeo Cencini. Formación del Animador Vocacional.
1 Comentario
¡Hermoso! Anhelamos encontrar ese hermano en la fe que nos acompaña y nos guía con amor; una vez que lo encontramos es tan bonito que queremos ser ese hermano mayor para alguien más, somos la familia que Jesús ha formado, Dios nos llama a ser medio para que otros se acerquen a Él y puedan descubrir su vocación.