Liturgia y vocación
LITURGIA Y… ¿VOCACIÓN?
Escrito por: Jesús Ramón Vega Castañeda
Es muy común escuchar estos términos en nuestra Iglesia, y generalmente, los encontramos separados debido a que sus campos de acción parecieran ir por rumbos distintos, pero ¿realmente tiene que ver algo la vocación con la liturgia? ¿Hasta dónde estos términos pueden coincidir?
Definiciones necesarias
La etimología del término «leitourgia» en la esfera civil sólo nos ofrece el resultado de que se trata de una «empresa, obra, acción para el pueblo». La Biblia,por otro lado, hace hincapié en un triple nivel de significado: la acción del culto, por la que se sirve a Dios, y solo a él; los agentes del culto, pero sólo los que sirven por elección divina en la Tienda, en el templo y alrededor del altar de Dios, es decir, los sacerdotes y levitas; el culto determinado por reglas y normas dictadas por el mismo Dios; lo atestiguan así los libros del Levítico, Números y Deuteronomio. Por eso, no podemos reducir la liturgia al conjunto “leyes” que ordenan cómo se debe estructurar y desarrollar la celebración de los sacramentos. La etimología de Vocación, nos llega del término latino «vocatio» referido a la acción de llamar o convocar.
¿Qué es liturgia?
El documento del Concilio Vaticano II, llamado Sacrosanctum Concilium en el número 7, define la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Cristo, en el que los signos sensibles (Sacramentos) significan y realizan la santificación del hombre. Así, el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros (la Iglesia entera), ejerce el culto público íntegro. Dicho en otras palabras: Cristo realiza su salvación, por, con y en la Iglesia, cada vez que se celebra la liturgia de los sacramentos. Así, el Misterio Pascual de Cristo (Vida, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión) se realiza en la liturgia en la celebración de los sacramentos. Es decir, al celebrar los sacramentos, la Iglesia hace presente y actualiza en el mundo la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, su Esposo y Maestro. Así pues, como dice el mismo documento conciliar, cuando alguien bautiza es Cristo quien bautiza, cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla.
La liturgia es vocación
Sin embargo, no podemos pensar que, por realizar expresamente la salvación, la celebración litúrgica agota la Misión de la Iglesia. Al contrario, dice la Sacrosactum Concilium que ésta es la fuente y culmen de la vida cristiana. Quienes formamos la Iglesia, todos los bautizados, estamos llamados por este sacramento a ofrecer este culto espiritual al Padre; es decir, tú y yo somos Cristo que, en la Iglesia, vuelve a ofrecer la salvación al mundo. La liturgia, es entonces, un llamado a participar de la celebración y vivencia del Misterio Pascual de Cristo, a la vez que incluye la Misión de llevar esta salvación que se celebra a los demás; es pues, el culmen y la fuente de toda acción de la Iglesia, de toda la vida del creyente.
Llamados desde la liturgia
A la luz de la Palabra de Dios, se puede corroborar cómo el llamado para cualquier servicio siempre se desenvuelve en un ambiente litúrgico: la vocación de Moisés se ve impregnada de signos de la presencia de Dios (Ex. 3, 2-4), la vocación de Samuel tiene lugar en el lugar del culto (1 Sam. 3, 3-4), la vocación de David se distingue por los signos sacramentales: su unción y la participación de la familia y del pueblo (1 Sam. 16, 10-13; 2 Sam. 2, 4); finalmente la elección de los Doce está marcada por un especial sentido comunitario (Mc. 3, 13-14). Entra aquí otro elemento que nutre nuestro concepto de vocación y liturgia: todo llamado en la Sagrada Escritura tiene una respuesta a veces tardía (Como la de Jonás), a veces con pretextos (como la de Jeremías), a veces sin dudarlo, como la Santísima Virgen, pero ante todo una respuesta de fe, confiado en que el proyecto de vida que propone quien llama es mejor que el propio.
El bautizado/llamado, también responde a la Misión que Dios le da desde su poquedad sabiendo que Dios completa lo que falta a sus fuerzas. La liturgia es también esto, el acercarse a la fuente de la vida, de manera que complete en cada uno lo que falta para responder y cumplir la Misión específica que se le encomienda. El ser bautismal que hace patente el llamado de Dios da al creyente la capacidad de entregar su vida (como los llamados de la Sagrada Escritura), en la Misión encomendada, en el desgaste de la vida por el Evangelio. En este sentido esta donación de su vida nace sin lugar a dudas de la liturgia: la celebración del Misterio Pascual de Cristo es, como para la Iglesia primitiva, ejemplo y aliento en el cumplimiento de su Misión.
Experiencias de un mismo Dios
Vocación entonces, por un lado, entendida como el llamado que Dios hace al hombre particular de acuerdo a sus capacidades y potencialidades y liturgia por otro lado, entendida como el llamado de Dios a celebrar, vivir y trasmitir su Misterio Pascual, se entrelazan y se unen íntimamente no sólo como prestación de un servicio con miras a la salvación o como las diversas formas en que nos relacionamos con Dios, sino como experiencia de Dios y del misterio salvador de la Pascua de Cristo en la existencia del creyente.
Quien se sabe llamado, entiende su vida como una liturgia, como donación total de sí a la voluntad mucho mejor de Otro, como oblación que se asienta en el misterio de la Pascua. La vocación entonces, cualquiera que ésta sea, es vivir con Cristo, por Cristo y en Cristo para el bien de los hermanos e igual que la liturgia terrena, vivida a plenitud, es antesala de la Pascua Eterna.
Bibliografía:
Liturgia de Achule M. Triacca
“Diccionario de Pastoral Vocacional” Ediciones Sígueme.